lunes, 21 de marzo de 2011

Clamor de los Ciegos II

¿Por qué no me dices de una vez, Marina, a qué se debe tanto misterio? Le pregunto en la justa mitad de noviembre, ¿Cuesta tanto decirme?
Quedate tranquilo, me contesta, tu plata va a estar, no seas ansioso.
¿Qué hábil tarea se esconde en esa salida?
No la veo, ese día la niego, como lo he hecho siempre, pienso, otra vez negada su réplica inexacta en mis respuestas, escuetas, negada con impunidad a través de una ventana con barrotes blancos y azules, en la más violenta de las cárceles.
Alguna coincidencia cósmica y desastrosa nos despide, y lo lamento.
Ella me conoce, intuye que me devoran otras historias, yo la conozco, en algún punto de toda esa niebla la reconozco, está siempre ahí, después de la mordida a la altura del pecho, después de la presión y de los golpes, en su intolerable mirada de cuadro roto, de sus aflicciones viscerales que caen sobre mi, como brisa mal parida, tanto como el tiempo que se abría paso entre mis frondosas pestañas, el destino de los ciegos.

Durante esos días estaba ocupado, siempre lo estoy, mis ocupaciones rozan la improductividad, dicen, a esta altura esa declaración carece de sentido para mí. Una señora necesita mi ayuda, otra, con mayores problemas y desde muy lejos me pide cosas que no encuentro a mano, me reclama suyo, en ese momento lo soy.
Marina espera prudente, está acostumbrada a ser la segunda sin aceptarlo completamente, de la boca para afuera, la tercera si me cuento, éste orden no altera el producto, mis nuevas órdenes tampoco pueden. Sabe que me voy, cargando sus miedos, también en mí, y los míos,  entraba todo  en la maleta, la condena prematura, mis pesadillas. Podría haber sabido que me ahogaba, y no se lo he dicho ¿Lo sabrá ahora?

La cadena se empezaba a romper hasta llegar a su última relación, no podía ver a través de la niebla, nadie lo hace ni lo termina de hacer. Piso en falso, una baldosa se hunde de un lado y me eleva por la mitad, llego a la altura necesaria de mis males, estoy mareado desde allí, una orgía caníbal se desata, me distrae de Marina y sus pedidos, su nombre ahí, tapado por el barro del deber, un adorno entre toda la agonía, de caricias corrosivas, otra distracción.
Estoy lejos, Marina, estoy bien, todos aquí lo estamos – le digo – no me llames, yo te aviso.
Disparada la última mentira me avoco a planear en la tempestad, entre las mordidas de rayos, la desesperación se hace alcohol en un bar decadente, con gente que sale de las paredes llevándose una película de su imagen, dejando al descubierto la verdad de los ladrillos comidos con sal, por el llanto de lobos en celo, de las putas de farmacia, se hace sangre dura que estampa las llagas, para después explotar en el fracaso de una empresa utópica, y de la redención de los errores que marcan vacas moribundas en mi camino. Estoy lejos Marina, más lejos todavía, la gran ciudad aclama mis pisadas, me ensucia en una marcha que no me va a devolver en un solo pedazo. Lo sé, mi distancia se justifica ante los ojos que no han visto la luz del amor por encargo que venía, devorándose las vías, llena de bostezos, de grietas que ninguna magia puede atender.

Ay mi negra ¿A qué arrecifes te han llevado tus delfines?
Alfonsina en el mar del complot del universo, no he pedido mi último deseo, el agua entra por las ventanas, cae desde el techo como una maza, entrando sin llamar a los verdes pórticos de tus anhelos, insurrecta, lasciva, estoy atado aquí, herido de mis guerras, en el polvo de mis huesos.
¿Cuántas veces le callaré al viento tu silencio?
La brisa de esta noche veraniega ha trepado por las sábanas de tu cama, alguien duerme eterno en tus entrañas, en tus manos temblorosas de impotencia, con la ingratitud de tu sueño dorado. Ay Marina te reconozco en esta almohada que mi sangre moja, mis ojos se calientan cuando huyen las palabras, de este circo de rayados, como supe huir del peso de tus brazos sobre mi espalda. Mi estrella fugada, hoy vuelvo a vos como las voces a batir la noche.

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