Viene despeinado, olor a viejo y a sábanas que no se lavan, chorreando dejadez.
Se ha levantado temprano, como una farsa, sin desayunar, con los dedos amarillos, los ojos ausentes.
Se mira al espejo y se quiere, adhiere a su imagen difusa, con astigmatismo, la remera rota y el pantalón sucio, el rey por la espalda, por la espada que no tiene, porque no es un caballero, no se llama Agustín o Federico, ni baila salsa o chamamé.
Ha leído pocos libros y canta la misma canción durante semanas, reniega de dios, pero cuida sus quince centavos, su incoherencia verbal.
Viene agazapado, efímero, con la lengua encerrada, las zapatillas embarradas, y los mosquitos vuelan en todas las direcciones.
Se hunde en el silencio de la silla, de la piedra fría, porque sus penales salen desviados, porque es sordo y no atiende los silbatazos, porque va a anclarse donde no se sepa una mancha de café, para cambiarse de mar, y – de una vez por todas – trazar el cordón cuneta de su final.
Maxi Sack
02/12/09
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